martes, 31 de diciembre de 2013

NEUROPSICOLOGÍA DE LAS ADICCIONES (2). MODELOS NEUROPSICOLÓGICOS DE ADICCIÓN.

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José Luis Rufo Rodríguez.

            Si seguimos los criterios establecidos y aceptados del DSM-IV y la CIE-10 para definir los trastornos relacionados con la dependencia a distintas sustancias, hablaríamos principalmente de trastornos crónicos caracterizados por consumos abusivos y continuos pese a las consecuencias negativas que el mismo reporta al sujeto. Por otro lado, desde una perspectiva neuropsicológica consideraremos la adicción como un conjunto de alteraciones cerebrales que afectan a múltiples sistemas y que provocan disfunciones en procesos motivacionales, emocionales, cognitivos y conductuales.

En este capítulo realizaremos una breve descripción de los distintos modelos explicativos que, desde la neuropsicología, se han utilizado a la hora de dar explicación al origen y al mantenimiento de las conductas adictivas. Para ello, tomaremos como referencia el trabajo de Antonio Verdejo-García[1], el cual distingue entre los siguientes modelos:


2.1. DE LOS MODELOS CLÁSICOS HEDÓNICOS A LOS MODELOS ANIMALES.

Los modelos iniciales que intentaban explicar las adicciones centraban su atención en el papel del circuito dopaminérgico mesolímbico (“circuito de recompensa” o “del placer”), localizado en el encéfalo y  relacionado con la motivación y la búsqueda de recompensas. Para estos modelos el carácter de reforzador potente de las drogas y  la consecuente obtención de sensaciones placenteras[2] son la causa principal del mantenimiento de la adicción.

Estas ideas quedaron superadas con los trabajos realizados por Robinson y Berridge (2000,2003) que a partir de una serie de experimentos con animales demostraron que el consumo compulsivo de drogas estaba vinculado a un mecanismo motivacional (“wanting”). Siguiendo el proceso de “sensibilización del incentivo”, las drogas adquieren la capacidad de hiperactivar los sistemas motivacionales incluso en ausencia de efectos placenteros.

Como en otros campos de investigación, los modelos animales han resultado ser una base importante en la investigación sobre la búsqueda de explicaciones para entender por qué se mantiene una conducta adictiva. Estos modelos animales  proponen los siguientes objetivos:

- Identificar factores psicosociales, neurobiológicos y genéticos.

- Determinar los mecanismos implicados en la conducta de abuso de drogas.

- Evaluar en el laboratorio el potencial adictivo de las sustancias

- Estudiar posibles interacciones entre diversas drogas

- Desarrollar posibles tratamientos farmacológicos.

Brevemente explicaremos los distintos modelos de estudio con animales en función de la administración de la sustancia, bien si era controlada por el animal (autoadministración) o bien por el experimentador (administración forzada)[3].

Dentro de los primeros encontraremos principalmente los modelos de “caja-hogar” donde el animal tiene la opción de consumir agua o la droga, durante 24 horas  o bien por períodos limitados de tiempo; y los modelos de “condicionamiento operante”, donde la administración de la droga es consecuente al comportamiento del animal bajo el requerimiento de una respuesta instrumental.

Si bien estos modelos animales no se pueden considerar suficientes para abordar la temática de la adicción en humanos, sí ha constituído una poderosa herramienta a la hora de establecer estrategias clínicas eficaces.


2.2. MODELOS BASADOS EN LA DESCOMPENSACIÓN ENTRE EL SISTEMA MOTIVACIONAL Y EL SISTEMA EJECUTIVO: EL MODELO I-RISA Y EL MODELO DE MARCADOR SOMÁTICO.

2.2.1. Impaired-Salience Attribution and Response Inhibiton. I-RISA. Goldstein y Volkov.(2002).


Este modelo de “Daño en la Atribución de Relevancia y la Inhibición de la Respuesta” propone que la conducta adictiva se produce como consecuencia de la alteración de dos sistemas complementarios: por un lado, el sistema encargado de evaluar la relevancia motivacional de los reforzadores y, por otro, del sistema de inhibición encargado de cancelar conductas inadecuadas que dañan el organismo [4]. El primero realiza una exagerada valoración de las propiedades reforzantes de las drogas, a la vez que disminuye la valoración de otros reforzadores de carácter natural. El segundo al encontrarse dañado provoca que no sea posible inhibir la conducta del consumo de drogas. Esta situación influiría activamente en los distintos estadios de la adicción, desde los primeros consumos hasta los cuadros de abuso y dependencia, e incluso en períodos prolongados de abstinencia. Goldstein y Volkov proponen que este daño se concentra en al menos cuatro circuitos cerebrales: hipocampo y amígdala (responsables de memoria y condicionamiento), ganglios basales (motivación y programación de respuestas motoras), corteza cingulada (inhibición de respuestas) y corteza orbitofrontal (toma de decisiones).

Estas hipótesis planteadas en este modelo fueron probadas en un estudio con Resonancia Magnética Funcional en consumidores de cocaína.[5]  Los resultados demuestran que los consumidores presentaban una mayor reactividad emocional ante estímulos relacionados con drogas que ante estímulos reforzadores naturales y que las mismas regiones cerebrales normalmente implicadas en el procesamiento de los reforzadores naturales (entre ellas la corteza cingulada anterior, la corteza dorsolateral y la ínsula) se activan en respuesta a estimulación relacionada con el consumo.

2.2.2. Modelo de marcador somático.

Para Damasio (1998) y su hipótesis del marcador somático, las consecuencias de una decisión produce una determinada reacción emocional que es subjetiva, es decir se puede “vivenciar”, y a la vez somática, por lo que se traduce en reacciones musculares, neuroendocrinas o neurofisiológicas. Esta respuesta emocional a su vez se puede asociar con consecuencias, ya sean negativas o positivas o conjuntos de estímulos que definan alguna situación, que se repitan con cierta constancia en el tiempo y que provoquen dicha respuesta. Este mecanismo de asociación es el que  produce el  “marcador somático” y que queda definido como:”un cambio corporal que refleja un estado emocional, ya sea positivo o negativo, que puede influir en las decisiones tomadas en un momento determinado.” De esta manera se plantea que la reacción emotiva pasa de ser una mera consecuencia, por ejemplo de alguna decisión negativa, a influir en la misma toma de decisiones, posibilitando la anticipación de las consecuencias y guiando el proceso de resolución final.

Siguiendo sus reflexiones, los marcadores somáticos pueden proporcionar señales inconscientes que “facilitan y contribuyen a la toma de decisiones” incluso sin que los sujetos puedan explicar la razón de su estrategia. A continuación, describimos pruebas a favor de este argumento:

Para ello, se ha utilizado la prueba IGT (Iowa Gambling Task), que consiste en que un sujeto debe elegir entre cuatro montones de cartas y  dependiendo de ésto recibe recompensas o castigos monetarios simbólicos de forma que a largo plazo dos montones lo lleven a perder mientras que los otros dos a ganar. Estas pruebas en su mayoría se han realizado a través del estudio de los cambios en la actividad electrodérmica (niveles y respuesta de conductancia cutánea) producidos por la situación de toma de decisiones. Bechara et al. han demostrado que los sujetos normales muestran mayores respuestas de conductancia cutánea cuando las consecuencias de sus elecciones – ganancias o pérdidas - son mayores. Sin embargo, la mayor riqueza de esta investigación radica en el hallazgo de respuestas electrotérmicas anticipadoras, es decir aparecidas justo antes que los sujetos realicen la elección. Los investigadores observaron que los sujetos que elegían los montones de cartas con mayores ganancias mostraron una mayor respuesta de conductancia antes de elegir los mazos desventajosos (con menores ganancias), lo que se ha interpretado como una señal corporal anticipadora que sirve de guía para que los sujetos eviten dicho mazo. Además se evidenció que las respuestas de conductancia anticipadoras de menor intensidad se asociaron a la elección de cartas desventajosas por lo tanto con peores resultados en la tarea, situación que se ha dado también en personas con lesiones prefrontales. Estas conclusiones y las de otros estudios, por ejemplo los llevados a cabo por Damasio (1997, 1998 y 2005), han situado en la corteza prefrontal, especialmente la porción orbitofrontal ventromedial, la “región clave” de la toma de decisiones, ya que es en este punto donde se evalúan las consecuencias de los actos a largo plazo gracias a la integración de los estados somáticos con información propia de la situación y con recuerdos almacenados de situaciones similares.


Estos hallazgos han apoyado la idea de que existen respuestas somáticas anticipadoras (apoyadas y reforzadas por la experiencias) que van guiando el comportamiento futuro y las elecciones que se tomen ante situaciones similares, posicionando a los marcadores somáticos como una variable relevante de considerar al momento de evaluar la toma de decisiones y la relación entre ésta y la emoción. Ésto además se refuerza por las diferencias existentes entre las respuestas electrodérmicas de personas que logran desempeños óptimos en el desarrollo de tareas y quienes logran malos resultados y además con personas con daño neurológico en las zonas cerebrales involucradas en estas respuestas.


Apliquemos ahora este modelo al estudio de adicciones[6]. La adicción se explica en función  de unos procesos de toma de decisiones desadaptativas: las drogas anulan los sistemas motivacionales y emocionales encargados de generar estos marcadores somáticos. Así “cuando un adicto dispone de drogas en su entorno, o bien imagina o revive situaciones de consumo, los marcadores emocionales asociados al consumo serían mucho más potentes que los marcadores adaptativos contrarios al consumo, provocando desestabilizar la balanza de la toma de decisiones hacia la conducta adictiva, olvidando otras respuestas más adaptativas a largo plazo”.

De esta manera, los estímulos relacionados con las drogas o la recreación de las experiencias previas con las drogas generan marcadores emocionales. El feedback que resulta de estos marcadores puede sesgar la toma de decisiones hacia conductas de consumo, interviniendo en áreas cerebrales especializadas en la resolución de conflictos y la programación de la conducta.


2.3. MODELOS BASADOS EN LA TRANSICIÓN DE ZONAS CÁLIDAS A ZONAS FRÍAS DEL CEREBRO.

            Distintamente a los modelos expuestos en el apartado anterior, pasamos ahora a describir otras estrategias de  investigación centradas en otros procesos como la formación de hábitos o la desregulación del estrés.

De esa manera Everitt y Robbins en 2005 conciben las adicciones como un proceso que transcurre desde las etapas iniciales donde se consume la droga de forma voluntaria para obtener los efectos placenteros que ésta reporta, hasta llegar a estadios de pérdida de control y hábito de consumo fuertemente instaurados. Este proceso se produce como consecuencia de los efectos de las drogas sobre los sistemas  de motivación y programación de conductas motoras. Para Lawrence “se sustituye la conducta centrada en objetivos, en la que el individuo busca las drogas para obtener el placer, por una conducta automática, con un factor de decisión muy minimizado”. Obviamente este proceso tiene su correlación a nivel orgánico, donde el protagonismo pasa desde la corteza prefrontal hacia los ganglios basales, donde a su vez también se produciría un desplazamiento en las estructuras encargadas de procesar los estímulos relacionados con el consumo desde regiones más ventrales (núcleo accumbes con conexiones hacia la corteza prefrontal y amígdala) a regiones mas dorsales, centradas en mantenimiento de secuencias motoras.

Por otro lado encontramos el modelo de desregulación del estrés, centrado en la hiperactividad del eje hipotálamo-hipofisiario-adrenal. Derivado de la teoría de los procesos oponentes[8] , propone que al estado de euforia y placer generado por el consumo de la droga, el organismo responde con un proceso oponente destinado a recuperar la homeostasis del sistema. Como consecuencia de un consumo crónico, y de esta continua búsqueda de equilibrio ya no se puede regresar al nivel de equilibrio homeostático inicial, produciendo un estado de alostasis[9], caracterizado por disforia, irritabilidad, ansiedad y estrés durante la abstinencia por lo que se recurre al consumo para intentar disminuir esa sensación.

Los estudios de neuroimagen realizados por Volkow y Wong[10][11] dan apoyo a las ideas de los modelos de transición desde un procesamiento de las drogas como estímulos incentivos hacia un procesamiento basado en la fijación de hábitos inflexibles de respuesta.







[1] Antonio Verdejo García. “Modelos neuropsicológicos de adicción”
[2] (Wise,1985).
[3] Giselle V. Kamenetzky, Alba.E. Mustaka.” Modelos animales para el estudio del alcoholismo.”. Terapia Psicológica.2004. Vol. 23, nº 1. pags.65-72.
[6] Bechara, 2005; Verdejo-García, Pérez-García y Bechara, (2006).
[8] Solomon y Corbit,1973.
[9] Consiste en el mantenimiento de la estabilidad fuera del rango normal homeostático, en respuesta a injerencias crónicas del sistemas (Koob y Le Moal,1997,2003).
[10] Volkov et al., 2006.
[11] Wong et al., 2007.

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